¡AYUDA! ¿CÓMO LOGRO SATISFACER TODO LO QUE SE NECESITA?
Por David Christensen
“Es difícil para mí seguir el ritmo en estos días” dijo el pastor. “En realidad no puedo agregar nada más a mi agenda. Me siento solo en este ministerio tratando de mantener todos los platos girando. ¿Cómo logro satisfacer todas las necesidades de mi iglesia?” ¡No podemos! No existe forma en que el pastor pueda satisfacer todas las necesidades de una iglesia y cuanto más tratemos, menos lo lograremos. Equivocamos nuestras prioridades, elevamos las necesidades menos importantes que son urgentes sobre las metas esenciales, pero que son eternas. La realidad es que tratar de hacerlo todo habla más de nosotros que del ministerio.
A menudo, nuestras necesidades toman control de nuestras elecciones; nuestras razones se ven sesgadas. Perdemos las prioridades eternas. Lo entiendo porque he estado en esa misma posición. El problema de la ocupación intensa es que afecta profundamente nuestras almas, mucho más de lo que quisiéramos admitir. Pensamos que se debe a que el ministerio tiene muchas necesidades, cuando en realidad es que nos ponemos en plan de ser hormigas correteando y trabajando para satisfacer nuestras propias necesidades. Nos volvemos infieles a Dios porque entre nuestras preocupaciones perdemos de vista sus prioridades.
LA NECESIDAD DE AGRADAR A OTROS
Los pastores pueden convertirse en seres complacientes. Durante todo mi ministerio he batallado con esta tentación. Servimos para agradar a otras personas. La tentación seduce tan sutilmente, que dejamos de reconocerla hasta que sucumbimos ante ella. Ser complaciente es la receta para obtener éxito fuera del ministerio porque atender las necesidades de los demás produce resultados visibles. Sin embargo, en nuestro interior, corremos de aquí para allá con tal de estar a la altura de las necesidades. Es una motivación deficiente. Necesitamos agradar y por eso trabajamos para complacer a otros.
Estas son algunas preguntas diagnósticas que podemos hacernos a nosotros mismos: ¿Tengo la capacidad de separarme de las funciones que tengo? ¿Juego al camaleón con las personas? ¿Trato de averiguar qué quiere la gente antes de tomar decisiones? ¿Puedo decir “no” cuando alguien pida algo? ¿Hago pensar a la gente que estoy de acuerdo con ellos a pesar de no estarlo? ¿Suelo dar información a medias cuando creo que no les gustará tener el panorama completo?
LA NECESIDAD DE SENTIRME NECESARIO
La idolatría a la ocupación intensa es real. Solo preste atención a las conversaciones que tenemos con otros pastores. Todos estamos prestos a hablar acerca de nuestras agendas y muchas ocupaciones en el ministerio. La ocupación intensa se vuelve un ídolo al que adoramos porque nos hace sentirnos importantes. Todos hablan del excelente pastor que tienen porque él trabaja día y noche para satisfacer las necesidades de otros y para solventar problemas. Muchos pueden volverse dependientes del pastor, lo que provocaría más llamadas telefónicas y más citas porque él es el único que puede resolver los problemas. Todo esto se vuelve un círculo vicioso que alimenta nuestra necesidad de sentirnos esenciales.
Estas son algunas preguntas diagnósticas que podemos hacernos a nosotros mismos: ¿Puedo separarme yo de lo que hago? ¿Mi identidad está en el pastorado? Si dejara de ser pastor para dedicarme a otra profesión, ¿me sentiría vacío y perdido? ¿Puedo ser honesto, aceptar mis errores y pedir perdón? ¿Uso la política eclesiástica, los juegos de poder y la manipulación? ¿Puedo compartir la responsabilidad y el reconocimiento con otros, o prefiero ser quien se encargue de dirigir todo? ¿Todos los demás me consultan para tomar cada decisión de la iglesia?
LA NECESIDAD DE SENTIRME EXITOSO
Creemos que un ministerio exitoso es evidencia de que somos pastores capaces. La iglesia crece, los números se incrementan, los programas funcionan. Nos apropiamos de una mentalidad de desempeño y los números validan nuestro éxito. Medimos el éxito por esos indicadores externos. Se ve muy claro porque en las conferencias pastorales los pastores de las grandes iglesias son los requeridos para ser los oradores principales porque ellos se ven exitosos. Nuestra necesidad de buscar ser exitosos como los pastores de las grandes iglesias nos lleva a comparar los ministerios. Esas comparaciones nos frustran si no llegamos a ese nivel de éxito o nos hacen sentir autosuficientes si lo hacemos mejor que otros.
Podemos seguir haciéndonos más preguntas diagnósticas. ¿Puedo ver hasta dónde he dejado de servir a Dios y en cambio, empecé a dirigir una organización? ¿Me estoy promocionando como la imagen de la iglesia? ¿Paso por encima de aquel que sea obstáculo para alcanzar mis metas? ¿Qué cambiaría en la iglesia si no pudiera seguir en mi función? Con exactitud, ¿cuál es una de las obras de la iglesia que Dios pudiera hacer sin necesidad de alguien más?
LA REGLA DE LOS BLOQUES
Podemos empezar abordar el problema de las prioridades al dividir nuestra semana en 21 bloques de tiempo: mañana, tarde y noche durante siete días. Identifique las actividades esenciales y conéctelas a los bloques. Esas actividades son las prioridades que debemos completar. Por ejemplo, la preparación del sermón debería llenar los primeros bloques. Es mejor hacerlo al inicio de la semana para que podamos adaptar nuestra agenda posteriormente si surgieran emergencias. Las prioridades principales deberían ser: hacer discípulos, adorar y desarrollar el liderazgo (Mateo 28:17-20). Conecte su plan al tiempo familiar. Mi meta era evitar que mi agenda tuviera más de cinco bloques continuos sin programar tiempo con la familia. Asegúrese de programar con cierta frecuencia algunos bloques para el crecimiento personal, el estudio bíblico y la oración. Como dicen por ahí, si no coordina su agenda, su agenda lo coordinará a usted.
¿QUIÉN DIRIGE?
Pablo nos recuerda que se requiere de los dispensadores que cada uno sea hallado fiel (1 Cor. 4:2). Nos deja claro que no responde a la iglesia ni a otra organización humana. ¡Pablo ni siquiera se examina a sí mismo! No servimos para satisfacer las necesidades de otros, ni las nuestras, sino las ordenanzas de Cristo. Jesús es quien dirige (1 Cor. 4:4- 5). Dios es quien mide la forma en la que manejamos nuestro tiempo, solo Él. Dios es el único a quien debemos agradar en el ministerio. Tengo una taza favorita para tomar café que me recuerda mis prioridades. La taza tiene la siguiente inscripción:
“Señor, hoy no tengo nada qué hacer, ¡solo agradarte a ti!”