¿ALGUIEN ESTARÁ ESCUCHANDO?

¿ALGUIEN ESTARÁ ESCUCHANDO?

Por David Christensen

Predicamos con todo nuestro corazón domingo tras domingo. ¡Pareciera que nada cambia! En las iglesias pequeñas el cambio se aprecia con lentitud. Las mismas personas se sientan en los mismos lugares. En ocasiones los acompaña una familia nueva para nosotros o se tiene a un visitante desconocido. El crecimiento es lento y va acompañado de frecuentes retrocesos. Alguien que considerábamos nuestro amigo llega a criticarnos y se retira de la iglesia. Los recursos para los ministerios son limitados; el dinero también es limitado. Al salir de la iglesia, la congregación suele decir: “Buen mensaje, pastor”. “Buen trabajo”. Se fue un domingo más. Todo parece que está bien. Solo unos cuantos cambios.

Señor, ¿será que alguien me está escuchando?

Los pastores de las iglesias pequeñas son de los que más se esfuerzan y cuyo servicio permanece fiel en el Señor. Un pastor escribió que “sin duda el desánimo es la carga más común que enfrentan los pastores de las iglesias pequeñas”. [1] El desánimo es una de las principales razones que causa a los pastores de las iglesias pequeñas a dejar el ministerio, mucho más que cualquier otro factor. La causa más común de desánimo es el sentimiento de fracaso porque no vemos el crecimiento de la iglesia. Nos desanimamos porque no llegan más personas a la iglesia.

¿Cómo luchamos contra el desánimo? Aquí encontrará algunas sugerencias que me han sido útiles después de altibajos que he enfrentado en los casi 40 años frente al ministerio en una iglesia pequeña. Durante 28 años estuve en la misma iglesia, por eso es que conozco los sentimientos que llegan por las mismas rutinas y problemas “de siempre”.

LLENE EL EMBALSE.

El desánimo puede hacernos sentir que el manantial de agua viva se ha secado. Las prédicas son como desiertos porque se han quedado sin ese manantial. Jeremías también se sintió así. Su ministerio no mejoraba, nadie lo escuchaba, nada cambiaba. Incluso acusó a Dios de ser un arroyo a punto de secarse.

“¿Serás para mí un torrente engañoso de aguas no confiables?” (Jeremías 15:18).

En ocasiones nos sentimos de la misma manera. Claro está que Dios no es un desierto. Al contrario, somos nosotros los secos. Predicamos sin tener lleno nuestro embalse. Si acudimos al pozo que no tiene reservas, el pozo se seca. Las prédicas se convierten en una carga. El pueblo ahora es un disgusto.

¿Qué hace cuando acude al pozo y ve que está seco? Claro que lo vuelve a llenar, para ser más exactos, espera a que se vuelva a llenar.  Que un pozo vuelva a llenarse significa que se toma un respiro. Invierta tiempo con aquello o aquellos que lo alienten y animen; si no tiene amigos así, ¡hágase de unos, ya! ¡Los necesita! Pase tiempo con su esposa. Recuerde que ella es su primera fuente de aliento y ánimo. Tómese unas vacaciones, aunque sea por un día o dos. Haga alguna actividad divertida. Dé un paseo caminando. Tome su bicicleta y salga un rato. Visite la playa. Busque cuál es la alternativa que se ajusta mejor. Dios nos formó a la necesidad del descanso. Lo llamó el Sabbat. Los pastores también necesitan del Sabbat.

ALIMENTE SU ALMA.

Los domingos nos anuncian el inicio de cada semana. Incluso nuestra adoración puede convertirse en la preparación de la prédica, motivo por el cual me propuse hace mucho tiempo en que la preparación de mis prédicas fuera también ¡un momento de adoración! Dejé de enfocarme en la forma en la que el estudio de la palabra de Dios impacta mi vida cada día. Lo extraordinario es que mis prédicas reflejan mi vida a medida que las comparto. Se vuelven reales y frescas. Junto con la obra de Dios va el peligro de que perdamos a nuestro Señor durante la obra. Recuerden, los pastores tienen una identidad compartida. Al mismo tiempo que somos instrumentos de Su obra, también somos receptores de esa obra.[2] Junto con la pasión de traer la palabra de Dios a los demás, podemos perder nuestro propio anhelo de la palabra de Dios. Podríamos llegar a estar tan ocupados alimentando a otros, que nos olvidamos de alimentarnos nosotros. El resultado es el fallecimiento del alma.

Al trabajar en el ministerio tuve la oportunidad de darme cuenta a tiempo que podía dividir mi semana en bloques, en lugar de dividirla en días. Cada día tiene tres bloques: mañana, tarde y noche. Claro está que lleno esos bloques con el ministerio para los demás. Si lleno más de cinco bloques seguidos para alimentar a otros, entonces necesitaré un bloque de tiempo para alimentarme. Eso significa que debo invertir tiempo para leer, orar y reflexionar sobre lo que Dios quiere enseñarme. Lea un libro. Escuche un pódcast. Pida a Dios que le enseñe un discernimiento fresco. Solo asegúrese de que todo esto lo alimenta a usted, no que lo está preparando para alimentar a otros.

¡NO GOLPEE LA PEÑA!

Moisés ya había soportado mucho. Otra vez, el pueblo se estaba quejando y nunca lo escuchaban. Ya conoce la historia en Números 20. El pueblo quería agua, por lo que Dios le dijo a Moisés que de la peña brotaría agua. Moisés estaba frustrado. Iba a darles agua, pero también sus frustraciones estallarían en el intento. Entonces, golpeó la peña dos veces, una total desobediencia. Brotó gran cantidad de agua y el pueblo se sintió satisfecho, pero Dios no lo estaba. Le hizo ver a Moisés que no había “creído” en Dios y que, por esta falta de confianza, nunca entraría a la Tierra Prometida. “Después de todos estos años, ¿estás hablando en serio, Dios?” “Sí”, dijo Dios, “estoy hablando en serio”.

No golpee la peña. No ventile sus frustraciones sobre el pueblo de Dios.

¡Ya he tenido esas experiencias y lo he hecho! Tal vez usted también. El mensaje se convierte en una queja. Saciamos la sed del pueblo de Dios, pero a la vez, les externamos nuestro resentimiento, ¡al menos un poco! Suele pasar que cuando el pozo está seco golpeo la peña dos veces. Es una señal de que he perdido fe en el Señor. He reemplazado la fuente de agua viva por cisternas rotas (Jeremías 2:13). He dado seguimiento a los métodos más recientes de los predicadores populares en las grandes iglesias, y nuevamente, me siento como un fracaso. He confiado en mí en lugar de confiar en Dios, convirtiendo mi fe en frustración.

Dios le concedió a Jeremías la receta para volver a llenarse. ¡Arrepentimiento! Dios dijo:

“Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca” (Jeremías 15:19).

Necesitamos a diario un espíritu de arrepentimiento y conversión que mantenga la frescura en nuestras almas mientras caminamos con Dios, sobre todo cuando ese caminar va acompañado del cuidado de las almas de otros, de una forma verdadera.

 

[1] Karl Vaters, “The 3 Most Common Challenges Small Church Pastors Face – and How to Help,” (“Los tres desafíos que enfrentan los pastores de las iglesias pequeñas: los puntos de ayuda”) Pivot Blog, 1 de junio de 2018, Christianitytoday.com.

[2] Paul Tripp, Dangerous Calling [Llamado Peligroso], págs. 193-194.